Hablando con mis amigas del amor cuando éramos jóvenes, todas llegamos a la misma conclusión respecto a que todas escribíamos cuando estábamos, supuestamente, enamoradas, ya fuera poesía, notitas dejadas en el buzón del enamorador o en manos de su hermana pequeña para ser entregada a éste, y bajo sospecha de ser leída por ella o su madre antes que por el destinatario. A veces, escribíamos alguna que otra carta que nunca mandábamos, o en el peor de los casos, sí, (todavía pueden estar rondado por ahí), así que damos gracias a  que ninguna somos  famosas y, así, ningún  desaprensivo podría hacer negocio con ellas, ayy… quien no se consuela es porque no quiere. Así que, digamos que yo también estoy enamorada, pero de una manera metafórica, con la cocina, por eso también escribo.

Es que enamorarse te hace decir, hacer o sentir cosas que sólo es comparable con lo que haces, dices o sientes mientras estás en cocina, ya sea por obligación o por devoción, como es en mi caso. Enamorarse es tan peligroso o tan placentero como cocinar.

Tengo una amiga, Ana, que a día de hoy  está sumamente enamorada, así que voy a aprovechar la ocasión, no sea que dentro de un año no me salga la jugada. Y con esta reflexión y frente a un rooibos con vainilla mientras charlábamos de amor y cocina, surgió la idea. Le pedí  que comparáramos un día  en su vida como locamente enamorada con un día mío como  locamente cocinera. Cosas más raras se han visto, ¿no? 

Comparaciones de  Ana antes de acudir a  una cita frente a mí, antes de acudir a cocina.

Sábado

Ana: Me arreglo muy nerviosa, y me da rabia que al ponerme el  vestido elegido para este día, ¡zas!,  veo una mancha de maquillaje, y aparece otra que no sabía que estaba. Cambio de planes, pantalón. Mientras me arreglo, pienso en qué decir y en qué no decir, como hablo tanto, no quiero meter la pata. Ahora tengo un lío, porque no sé si hacerme recogido o dejarme el pelo suelto. Es que ya el concepto de sexy ha cambiado respecto a  cómo llevar el cabello, ¿no, Mari?

Yo:  Me arreglo mientras en mi cabeza coloco todas las cosas que tengo que hacer en cuanto llegue a la cocina, y también me da rabia inspeccionar las chaquetillas y darme cuenta de que esa mancha de tikka  massala o de mayonesa de frutos rojos no salió de la tela, cojo otras. Mientras me hago el recogido en el pelo, pienso también en qué no debo decir mientras cocino, es que a veces hablo en alto y no es sexy ¿no, Ana?

Ana: Voy colocando las cosas que he desperdigado mientras me arreglaba, pienso en la cita, y cuando él está aparcando le veo desde la ventana,  me entra el tembleque, me miro mil veces en el espejo, me recoloco, me late el corazón más rápido, hasta sed me entra. Estoy deseando que suene el timbre, aunque no estoy contenta con lo que llevo puesto, me quiero volver a cambiar de ropa, deseo que tarde más en sonar el timbre.

Yo: Voy conduciendo, sólo pienso en  por qué no usan los intermitentes y por qué yo voy en zona de máximo 20km/h a 20km/h y me adelanta todo el mundo. Será mi coche que ya no tira, en eso pienso. Llego al aparcamiento de mi trabajo, me miro al espejo retrovisor, porque sé que en todo el día poco me voy a poder mirar. Miro hacia la puerta, empieza el corazón a acelerarse pero no de forma incómoda, sino como una alerta de que ya empieza todo. Entro, estoy deseando que suene el chivato del PC como aviso de que hay que empezar a sacar todo  para enviarlo a uno u otro  evento que haya, pero no sale todo tal y como yo quiero, le falta a esta verdura un poco de swing, deseo que ese chivato suene más tarde.

En la cita, en la cocina.

Ana: Estoy con él, quiero que el almuerzo se alargue y hablar y hablar, hacer planes para la cena y para el próximo día. Pienso que soy afortunada de tener cerca  a un hombre del cual estoy enamorada. Es atento, es un hombre que no muestra egoísmo alguno en la mesa (que los hay). No quiero que se acabe nunca estos momentos y no quiero que dentro de unos meses, lo que hoy es chispeante, se convierta en monótono. No podría con una relación así, hay que tener cada día una pasión que mantener. Estoy feliz.

Yo: Ya empieza, esto es cocina me digo en alto, ahora toca unas horas de estrés que son increíblemente placenteras, pero quiero que todo vaya rápido para sacar todo en tiempo, no me importa fregar o dar el último toque al plato, no me importa , tira María, esto es cocina. Veo que ya llega a su término,  ahora quiero que no acabe la jornada, cuando ocurre, es como un plof, y así quiero que sea siempre, nunca perder la pasión en la cocina ni que me deje de importar el comensal de cada evento, no podría con una relación así.

Tras la cita, tras la cocina.

Ana: Llego a casa. Ha estado genial: almorzamos, paseamos, fuimos a jugar a los dardos, a cenar a… Hago balance de la cita, ¿le gusto no le gusto, saldrá adelante esta relación, no saldrá? –Oye, María, como él lea esto, ¡qué vergüenza!, me cambias el nombre ¿eh? Bueno, tú ponlo, si se entera tampoco es nada malo…

Yo: -Pero, ¿qué pongo?,  ¿tu nombre o lo que me cuentas ahora?

Ana:- Lo que cuento, lo que cuento ponlo, el nombre me lo cambias, Ana está bien, debe de haber muchas Anas enamoradas.

Yo: Otra cosa no, pero Anas enamoradas a porrones, y Marías cocineras, más, estamos a salvo.

Ana: Lo que más me gusta de él, es que le he visto trabajar bajo presión, y nunca pierde los nervios. Es que no puedo con los hombres que pasan del doctor Jekyll al señor Hyde en cero coma. No me fío de ellos, porque en la vida hay situaciones que si no las abordas con tranquilidad, se te van de las manos y arrasas con todo. No todo el mundo controla esas situaciones, él sí y eso me gusta.

Yo: Me siento cómoda en los momentos álgidos en cocina, lo veo como algo normal, no me gusta la gente que se pone nerviosa en los momentos de estrés, no es excusa, es cuando más tranquilo/a  hay que estar. Estar tranquila en una situación tensa no es de pavas, es de tranquilas. Sí, me gusta el grito de: ¡espabilaos, que esto no sale!, o el cabreo del jefe supremo si algo falla y que nos lo haga saber con cambio de tono de voz incluida, no me asusta ni enfada, es un patrón mandando a marineros para que el barco no se hunda. Pero es que yo he visto hasta cambiar la frecuencia respiratoria de algún jefe o del más papista que el papa en cocina y no me gusta, es rocambolesco ver a alguien así, no me fío.

Fin del día.

Ana: Voy a dormir, cojo el teléfono y le escribo al whatsapp:

¿Te ha gustado la cena de hoy? ¿Pero de verdad o lo dices para que me quede a gusto? ¿Y el paseo te ha gustado? ¿Te gustaría ir al cine? Me encantas.

Yo creo que si grabo con la GoPro mi cara mientras duermo  estaría sonriendo de lo contenta que estoy con mi nueva relación.

Yo: Estoy escribiendo al whatsapp mensajes a mi jefe que es de mi confianza y que me soporta:

¿Tú crees que si a la espuma de miel le pongo 8 gr en vez de 6 gr quedará  muy pastosa? ¿Te ha gustado mi receta de cordero? ¿De verdad o lo dices para que me vaya a gusto a dormir? ¿Y el caldo gallego? ¿Jefe, te estás enfadado conmigo? Me encantas.

 Ana 00:00

 María