Mens sana in corpore sano: esta cita latina, a menudo trillada, esconde una idea fundamental; hoy en día el concepto de autocuidado toma fuerza porque, por suerte, entendemos la importancia de la salud mental, además de la física. Sin embargo, hasta no hace tanto la descuidábamos considerablemente.
“Durante demasiado tiempo los problemas de salud mental han sido relegados a un segundo plano pese a que afectan a millones de personas a diario”, dice Vincent Bouton, director general de Petit BamBou.
España es el segundo país europeo que más ansiolíticos consume por detrás de Portugal, y el cuarto en consumo de antidepresivos, según el Ministerio de Sanidad.
1 de cada 4 españoles declararon haber experimentado problemas de salud mental como depresión, ansiedad o estrés en la macroencuesta realizada entre julio de 2023 y junio de 2024 Statista Consumer Insights.
Animarse a contarlo
Para el Director General de Petit BamBou, una de las claves para mejorar el equilibrio emocional es animar a la gente a contarlo.
“Cada testimonio, cada experiencia compartida ayuda a romper el silencio y a reducir la estigmatización. Los que tienen el valor de hablar públicamente de sus propias dificultades muestran el camino. Podemos dar las gracias a los deportistas que hablaron durante los Juegos Olímpicos sobre ello; sus contribuciones fueron inestimables; nos recuerdan que nadie es inmune a estos retos, pero que existen soluciones”, explica. “Hacer de la salud mental una causa nacional de primer orden es, por tanto, algo más que un gesto simbólico. Es un compromiso para replantearnos nuestras prioridades, para situar a las personas en el centro de nuestras preocupaciones. Significa reconocer que el bienestar de todos es la base de una sociedad justa y próspera”.
La prevención, clave
La meditación, junto a la respiración, son prácticas que mejoran el bienestar general y previenen los desequilibrios psicológicos antes incluso de que se produzcan, tal y como señala Vincent Bouton.
“La meditación es una herramienta para todos que permite gestionar mejor el estrés, acoger las emociones y desarrollar competencias psicosociales esenciales. Una práctica laica, para todos, sea cual sea la edad, origen social o experiencias vitales, y cuyos beneficios han demostrado científicamente ayudar a reducir el estrés, la ansiedad, la depresión y mejorar la calidad de vida, además de la del sueño y la función cognitiva. Es hora de integrar prácticas como la meditación o la respiración en nuestra vida cotidiana, añade Vincent Bouton, en el fomento de una vida equilibrada.
Niños y adolescentes, en primera línea
El aumento de los problemas de salud mental es especialmente preocupante entre la población joven: Entre los 20 y 24 años el consumo de antidepresivos ha aumentado un 52% desde 2017 (con la pandemia por medio), y si hablamos de niños y adolescentes, 1 de cada 5 sufrirá depresión antes de cumplir los 19, según la Universidad de Navarra. Las chicas tienen el doble de posibilidades de padecerla que los chicos.
Los más jóvenes viven en constante cambio, tanto físico como emocional. A menudo les toca lidiar con la presión por sacar buenas notas, relacionarse con sus amigos, el entorno y en el ámbito familiar, ser buenos en deportes, quizá vivir los primeros amores y también, aprender a desenvolverse y lidiar con las redes sociales.
Todo ello, en unas circunstancias en las que, como explica Vincent Bouton, “atraviesan periodos cruciales de su desarrollo, en los que se sientan las bases de su equilibrio emocional y sus habilidades psicosociales. Es nuestra responsabilidad apoyarles en este proceso de aprendizaje, enseñarles a aceptar sus emociones, a reenfocar, comprender y expresar sus necesidades emocionales, darles las claves para avanzar con serenidad en un mundo cada vez más complejo y exigente”. Investigaciones recientes muestran que los menores tienen depresión con síntomas a veces parecidos a los adultos, pero también con características específicas como la ira, tristeza o llanto, desesperanza, disminución del interés en actividades o dificultad para divertirse, falta de energía, aislamiento social, autoestima baja, sensación de culpa o responsabilidad constante, sensibilidad extrema al rechazo o a los fallos, bajo rendimiento escolar, problemas de concentración, cambios en los hábitos alimentarios o de sueño o pensamientos sobre la muerte.