A Henri Frapin le gusta relajarse los domingos primaverales en el jardín frente a la propiedad, construida en 1702 y situada sobre el lugar de producción.

Contempla esta región de bosques, ríos y pastos en la que nació y que lleva en la sangre. Piensa en el maná que le proporciona este néctar que la familia produce desde 1889.

Su momento preferido es cuando su hijo se reúne con él hacia las 11 de la mañana, cuando los rayos del sol calientan este promontorio de bosque situado por encima de Segonzac. El tablero está listo.

Su hijo se sienta y reanuda sin palabras esta batalla metafórica, la unión con su padre en los placeres del juego.

La brisa primaveral trae consigo las refrescantes fragancias de las arboledas circundantes.

El sol calienta los cítricos que maduran en la maceta de terracota que hay sobre la mesa, mientras que los iris y los heliotropos que bordean el sendero que conduce a la escalinata se despojan de sus cubiertas de rocío y se abren para llenar el aire con sus aromas.

Ambos jugadores se esfuerzan por dar jaque mate al otro al tiempo que aplazan el momento con vistas a prolongar estos instantes tan especiales, este puente entre dos generaciones, esta conexión de amor paternal que les unirá para siempre.

Las fragancias de la Casa Frapin ofrecen una perfumería masculina heredada del siglo XIX. Un siglo de poetas, comerciantes, viajeros y aventureros, perfumistas y destiladores de alcohol y de emociones..

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