Si pensabas que lo habías visto todo en cuanto a japo fusión en Madrid, es porque aún no has pisado Robata, ese restaurante donde las brasas huelen a Japón, el sushi lleva trufa o huevo como si tal cosa, y el ambiente es tan cool que dan ganas de pedir mesa fija.
En plena calle Puigcerdà, Robata ha traído a la capital el mismo magnetismo que ya tenía en Barcelona. Y lo ha hecho con fuerza. Te lo contamos todo:
ROBATA: MÁS QUE UN NOMBRE, UNA ACTITUD
La robata (esa parrilla japonesa tradicional que cocina con carbón) es el alma del restaurante. No es decorativa, no está de adorno, se ve, se oye, huele y manda. Desde ella salen platos que combinan técnica nipona con un puntito mediterráneo (y a veces americano) que no desentona, al contrario, da juego.
Lo que propone la chef Fabiola Lairet no es una carta clásica, es una carta que se mueve, que experimenta, pero sin perder nunca el norte. Producto de primera y ejecución de diez.
El espacio también acompaña. Diseñado por el estudio Bru+Co, combina elegancia japonesa, calidez contemporánea y ese punto cosmopolita que hace que te sientas cómodo, pero sin caer en lo obvio. Desde el salón hasta la terraza (muy apetecible, por cierto), todo invita a relajarse, mirar lo que hay en el plato y olvidarse del reloj.
CUANDO EL SUSHI SORPRENDE Y LA TRUFA….TAMBIÉN
Uno de los grandes aciertos de Robata es su manera de tratar el sushi. Nada de los típicos makis sin emoción, aquí se atreven con bocados que parecen pensados para quedarse en tu memoria gustativa.
¿El más goloso? El gunkan de wagyu con trufa. Una combinación que suena intensa y lo es, pero en el mejor de los sentidos. El wagyu, tan jugoso como cabría esperar, se corona con una lámina de trufa que le da ese aire sibarita pero sin caer en el exceso. Es sabroso, elegante y adictivo.
Otro que se merece mención de honor es el gunkan de toro con huevo. Aquí el lujo va de la mano con lo inesperado. El corte noble del atún se mezcla con la cremosidad de la yema para crear un contraste que es pura untuosidad. El resultado, un bocado que explota en la boca como una bomba de umami.
Y si prefieres algo más sutil, el gunkan de hamachi (ese pez japonés que muchos confunden con el yellowtail) es una delicia que juega con los matices marinos y una textura tan delicada que casi se deshace sin esfuerzo.
Fuera del universo gunkan, hay otro imprescindible: el usuzukuri de toro. Tan fino que parece una caricia de pescado, este sashimi cortado casi al límite de lo imposible brilla por su pureza y la forma en la que se funde en boca. Nada de florituras: solo toro, corte preciso y sabor impecable.
Para abrir la experiencia como se debe, nada como las gambas rojas a la brasa. Cocinadas con mimo sobre la robata, mantienen esa textura jugosa que tan fácil es perder con el fuego, pero aquí se controla al milímetro. El aroma ahumado, ese punto de sal, el bocado intenso… un aperitivo que no es cualquier cosa.
Y para quienes prefieren opciones sin proteína animal, atención, las setas Portobello no están ahí como acompañamiento triste. Van a la brasa, se sirven con una textura carnosa y un punto umami que deja claro que la cocina vegetariana también tiene sitio y nivel en Robata.
COMER, BEBER Y TERMINAR CON UN FLAMBEADO, EN SERIO
La carta líquida también está cuidada hasta el último trago, vinos nacionales e internacionales, sakes para iniciados y expertos, y cócteles creativos que huyen del cliché y acompañan con personalidad. Da gusto ver una barra que se toma en serio lo que se sirve en copa, sin eclipsar la comida, pero con fuerza propia.
Y cuando crees que ya no puedes más, llega el postre. Pero no cualquier postre, fresas flambeadas con vodka y pimienta, servidas todavía tibias y coronadas con helado de vainilla bourbon. Es dulce, picante, cremoso y cálido al mismo tiempo. Una fantasía que rompe esquemas y que se ha convertido, por méritos propios, en el final perfecto.
NUESTRA OPINIÓN Y NO, NO ES UN SECRETO
Hemos estado. Lo hemos probado. Y sí, salimos encantados. Porque Robata Madrid no es solo un restaurante japonés con buena técnica. Es una experiencia bien armada, con platos que emocionan, un servicio que acompaña sin agobiar y una atmósfera que lo convierte en sitio de destino, no de paso.
Nos fascinó la precisión de los cortes, el mimo con el que se tratan los ingredientes y la manera en que la fusión se convierte en diálogo, no en disfraz. Los gunkan fueron para repetir. El usuzukuri, una obra de arte. Y el postre… bueno, ese ya entra en categoría de obsesión.
Robata no está de moda. Robata tiene estilo. Y eso, en esta ciudad, vale oro. Os dejamos el contacto: